Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

viernes, 31 de enero de 2014

EN UN DEBATE O DISCUSIÓN: SI SE LLEGA A UN ACUERDO, CAMBIA TU OPINIÓN PARA SEGUIR DISCUTIENDO

Voy a abrir una nueva sub-sección del Blog. A saber, pequeños retos que os propongo con objeto de que no veáis el mundo siempre de la misma manera.

Cambiar de opinión, descripción gráfica - Dibujo propio

Coincidir, cualquier persona a quien preguntes, suele tener atributos buenos. Coincidir hace que dos o más personas estén de acuerdo, focaliza y unifica los puntos de vista, genera sinergias, hace que haya menos discusiones, fomenta la cordialidad y un montón de resultados increiblemente:

- aburridos;
- complacientes;
- sin ambición;
- sosos;
- tremendamente soporíferos;
- y, en ocasiones, el final de una conversación.

¿Por qué queremos estar de acuerdo? Obviamente en temas importantes (como cómo llevar un país) lo suyo es tener un sistema relativamente estable. Pero tú no eres el presidente del gobierno, y a nadie va a afectar lo que digas en una comida o reunión con amigos.

Desde que eres pequeño se te induce a pensar que el pensar como otro es bueno, que coincidir con ese 95% de personas es aceptable, lógico y poco complicado. Y que debes encajar. Y a raíz de eso nos callamos opiniones personales, creencias o sueños simplemente para que otra persona no pueda señalarnos con el dedo. Lo que propongo hoy aquí es cambiar (o al menos simular) de opinión durante un debate cuando parezca que va a resolverse de un modo "satisfactorio".

¿Para qué sirve este reto? ¿Qué gano?

Como cada uno de estos juegos (o retos) que voy a presentar, depende de la persona en cuestión. Pero con este juego puedes darte cuenta, al defender la idea contraria, que igual esos otros que piensan raro tienen un poquito de razón. Usa la polémica y el sofismo para darte cuenta de los otros posibles puntos de vista. Y, qué coño, para crear más polémica aún.

Es un modo de entrenarte para defender tus ideas ante alguien. ¿Alguna vez has querido cantar las cuarenta a tu jefe pero no has sabido hilar las ideas? Solo se aprende de un modo: practicando. De modo que ya estás llevándome la contraria, o te la llevo yo a ti.





¿Qué opinas? ¿Es una buena idea crear polémica o mirar desde otro punto de vista? ¿Lo has hecho alguna vez?
No olvides compartir si te ha gustado, o de compartir tus experiencias ;)

miércoles, 29 de enero de 2014

LA HISTORIA DE QUINTO, EL PERRO QUE MEÓ SOBRE TODO LO QUE EXISTE

Perro estrábico con la lengua fuera - Fuente: Spiegel


El pobre empezó con mala pata. Lo llamamos Quinto en un alarde de originalidad y pericia matemática sin parangón.  Ahora que lo pienso Bolita, Tolva, Blanco y Gato pasaron por traumas similares, aunque lo llevaban bastante mejor que yo cuando mis hijas los llamaban por la calle.

El primero en entrar en casa, Bolita, era quizá el perro más agresivo del mundo. Defendía a mis hijas mejor de lo que hubiese hecho uno de esos agentes federales de esos que salen en la televisión saltando de helicópteros a azoteas sin que se forme una segunda rodilla a mitad del fémur. Bolita, el perro de nombre engañoso, solo las hacía caso a ellas, dos especies de seres humanos miniaturizados que apenas sí balbuceaban gran cosa. Esto se tradujo en varias visitas al hospital por mi parte y varios ligamentos desgarrados (una y otra vez).

A los dos años de que el adorable Bolita entrase en nuestra vida conseguí encasquetárselo a uno de mis primos segundos bajo el pretexto de que se había comprado un chalet. Por listo.

Tolva nació un 23 de junio, a eso de las cuatro de la madrugada. El nombre se lo puso, riendo, el veterinario. Al parecer los cinco amigos que nos habíamos desplazado desde la fiesta para atender al parto de la perra llevábamos un estado etílico avanzado. Incluido el veterinario. Es más, me atrevo a decir que perdimos a un sexto amigo en los cuatro tramos de escaleras que comunicaban el portal con la improvisada clínica veterinaria. Por suerte la clínica aún no estaba operativa y ningún vecino se quejó de las risas y la fiesta. Pensarían que se trataba de la inauguración del piso. En realidad, fue eso.

Por desgracia, Tolva tuvo menos suerte la última vez que fue de visita a la consulta, algunos años después. Es curioso cómo una consulta a medio pintar y sin instrumental la trajo a la vida y se la llevó un laboratorio médico puntero.

Lo que nos lleva a Blanco, el perro sucio. Durante toda la vida de Blanco, que debido a aquél camión no duró mucho con nosotros, supusimos que el nombre le molestaba bastante. Teníamos esa teoría debido a que se rebozaba en todo aquello que hacía inútil y casi absurdo su nombre. De ese modo le atraían: los charcos (no importaba de qué), el barro, esos pastelitos que dejan las vacas en las montañas, el hielo sucio, el hielo limpio, diversos batidos, todos los tipos de café, otros perros (si estaban más sucios que él), mis hijas (cuando era él quien estaba sucio), el polvo de la casa al volver de vacaciones y una larga lista de cosas que manchan mucho, incluida la tinta de los bolígrafos, porque le encantaba morderlos.

Durante un tiempo, casi dos años, Gato y Blanco convivieron juntos. Gato, por supuesto, era en realidad un perro. Yo nunca he tenido gatos, es más, soy alérgico. Pero debido a las dotes de escalador y a los arañazos, Gato era el nombre que mejor le iba. Reconozco que ese no fue su primer nombre, al menos el primer nombre que nosotros le pusimos. Me explico: Gato era un perro callejero. Un día me acerqué al jardín trasero y Gato había hecho su aparición. Él y una veintena de pulgas y otras liendres, a las que mis hijas acariciaban con mucho amor. Íbamos a llamarlo Roger. Yo siempre he querido tener un perro llamado Roger. De hecho me emocioné tanto con un posible Roger que compré un par de artilugios perrunos con ese nombre serigrafiado. Cosa que fue del todo inútil tras haber encargado un bol, dos collares, varias pegatinas, un álbum de fotos, un colchón y una gran pegatina para el coche.

Mis vecinos aún me preguntan quién es Roger, y por qué mi coche tiene su nombre escrito en el lateral. Cuando les digo que ya no se llama Roger, sino Gato, me dicen que Roger es un nombre raro para un gato, a o que insisto en que no, que es un perro que se llama Gato, y no Roger. Obviamente su contestación es que Roger es mucho mejor nombre para un perro que se llama Gato, y les doy la razón. Pero cuando dejé a Gato limpio por primera vez en casa y me dispuse a ir a comprar todas esas cosas “Roger”, mi hija pequeña comenzó a insultar a Roger. “¡Gato!” decía, mientras le señalaba. Mi hija pequeña manda mucho más que yo en casa, daos cuenta.

Los vecinos suelen mirarme raro desde entonces. Bueno, y desde que Gato rompió todos y cada uno de esos jarrones a juego tan monos que todo el vecindario tenía en las entradas de sus casas. Y desde que Blanco les mea casi a diario en la entrada.

No sé si Gato sigue vivo, queremos creer que sí. Como vino, se fue (aunque más limpio aun a pesar de los esfuerzos de Blanco.

Cuando Gato huyó de casa me alegré mucho. Por fin podríamos tener vajilla que no fuese de plástico. Pero un mes más tarde Blanco nos abandonó, de nuevo en la consulta de mi amigo. Eso me recuerda que tengo que cambiar de veterinario.

Mis hijas, dos señoritas hechas y derechas, estuvieron el suficiente tiempo haciendo pucheros (estimo unos tres minutos) que mi coraza cedió y salimos todos corriendo a la perrera. Cuando, en el coche, comenté que nuestro próximo perro se llamaría Roger mis hijas dijeron al unísono “¡Nooooooo!”. Miré con ganas de llorar a mi mujer, que me sonreía desde el asiento trasero izquierdo con mi tercer hijo en brazos. El nombre se lo puso ella. Creo que lo único importante que hice fue bautizar al coche con Roger, lo que, teniendo en cuenta que es un coche rojo carmesí con una puerta verde no le sienta nada bien.

Cuando llegamos a la perrera mis hijas se decantaron por el perro más cariñoso del mundo. El nombre se puso a pachas entre mi hijo y mis dos hijas. Propuse que fuese el pequeño (que lo único que podía decir de un modo coherente era “gu” mientras babeaba) el que pusiese el nombre, sabedor de que era imposible. Sin embargo en ese momento mi hijo, al que quiero mucho porque ahora ya juega con camiones, levantó su manita y abrió los dedos.

“¡Quinto!” – exclamó mi hija mayor. “¡Quinto!” gritaron todos menos yo y mi hijo pasados unos segundos.

Y Quinto fue. Quinto, el perro amor. No podía tener un sobrenombre distinto de ese. Quinto era un perro profundamente bueno, divertido y cariñoso. Si quitamos el hecho de que estaba deforme, tenía halitosis y problemas de vejiga había sido definitivamente mi mejor perro.

Quinto tenía la mandíbula ladeada. Mucho. Tanto era así que la lengua solía colgar fuera de la lengua en un gesto gracioso y babeante, dispuesto a mancharlo todo a su paso. Por suerte el problema de mandíbula difuminaba levemente el estrabismo, salvo cuando había un objeto en la trayectoria de Quinto, objeto que era golpeado concienzudamente por un perro que ni lo veía.

Aunque definitivamente lo peor de Quinto eran esas pequeñas pérdidas de orina que se repetían a diario por toda la casa. Él, inocente, ladraba y nos esperaba junto al charco de pis, preferiblemente encima de él y moviendo la cola sobre el charco, de modo que salpicaba todos los muebles a la vez. Tras la ingesta del tercer pañal para perros decidimos que era mejor que se mease, no queríamos volver a la consulta veterinaria de mi amigo una vez más.

Recuerdo que pensé: “Cuando se muera Quinto no volveré a tener ningún perro más, ni siquiera un Roger. Bueno, puede que un Roger más. Pero definitivamente no más.”
Por desgracia el perro del vecino era un macho de la misma raza que Quinto, que, por si no lo he mencionado antes, es una hembra. Al poco nacieron Sexto, Séptimo y Cacahuete.


Para mi regocijo hubo un Roger. Bueno, un Roger-Séptimo, para ser exactos. Me vale. Por desgracia la pegatina del coche se cortó por la mitad cuando el camión de la basura arrancó la puerta que mi hija mayor había dejado abierta. Ahora se lee Ro, y los vecinos siguen preguntando.

lunes, 27 de enero de 2014

La primera vez que vi a Clayde



Lo más significativo que hay que saber de Clayde Winsdden es que fue un desgraciado hasta que murió. Y, conociéndolo, aun después de morir. Eso, y sus historias.


Algo importante en la vida de Clayde es que todos los que no eran él creían que era feliz dado que era capaz de hacerles reír a ellos. Y por supuesto sus desmayos, algo que recordaron en su funeral sus tres mujeres y uno de sus hijos. Y esa fue la última vez que vi a Clayde Winsdden, en un armario horizontal de madera con varios cientos de personas a su alrededor, la mayoría de los cuales no se conocían entre sí, y gritándose los unos a los otros por problemas que esa misma mañana ni siquiera sospechaban. Supongo que ante todo era un cómico. Y supo guardar el mejor de sus chistes para el último día en que se le vería el pelo.


La primera vez que lo vi yo no me encontraba en mis mejores condiciones, ni físicas ni mentales. Acababa de dejarme mi exmujer por considerarme demasiado fracasado para este mundo, y mi aliento era combustible de mechero gracias a un número indeterminado de botellas de whisky y cerveza barata. La más barata que encontré, recuerdo. En una de las muchas piruetas que la gravedad decidió hacer aquella noche una pared saltó directa hacia mi cabeza desde la vertical. Intenté con toda la coordinación de que fui capaz de detenerla situando los brazos por delante de mí.


Diré en mi defensa dos cosas a tener en cuenta. La primera es que la pared seguro que constaría de varias toneladas de masa. Y, la segunda, que no coordiné demasiado bien.


Aún es visible en mi brazo derecho el punto en el que el radio perforó la piel intentando salirse de mí. Los médicos no fueron capaces de determinar cómo era posible que de un solo golpe me hubiese partido el brazo en tres puntos y esa parte afilada que quedó junto a mi codo pudiese atravesarme, quedando expuesta. Clayde no dejó en ningún momento de mi vida posterior de recordarme con una sonrisa que yo no dejaba de gritar que la culpable era la gravedad, “la so puta de la gravedad, esa zorra maligna para la que ya no valgo nada e infiel”. En ese momento de la historia Clayde siempre hacía ese sonido de imitación al vómito, y la gente reía a su alrededor.


La cuestión es que rodé por la pared como si de una rampa se tratase. Y al llegar al final de la rampa colisioné con un capullo que estaba meando contra mi pared. Ni qué decir tiene que tardó un rato en dejar de hacerlo, y gritando y dándome golpes me tiró al suelo, al que él mismo cayó unos segundos después. Recuerdo que me golpee en la cabeza al caer, y en menos de un minuto perdí el conocimiento, pero no sin antes poder disfrutar del retrasado que meaba contra mi pared caer inconsciente a mi lado, oír una botella rodar (sin duda la misma que me causó contusiones en la espalda) y oler la bilis de mi futuro amigo inconsciente mientras se vomitaba a sí mismo.


Y ese fue el modo en que conocí a Clayde Winsdden. Al menos la primera impresión que tengo de él, o el primer recuerdo. Supongo que la primera impresión y la presentación formal ocurrieron tres días después, cuando recuperé el conocimiento.


Recuerdo las risas. Había en la sala, según mi cerebro, por lo menos varios miles de personas. Todas ellas gritaban y daban palmas con fuerza mientras yo intentaba abrir los ojos sin demasiado éxito. Cuando lo conseguí giré la cabeza hacia la izquierda y vi a dos enfermeras reírse mientras miraban a mi compañero de habitación. Al parecer estaba contando algo divertido. Intenté hablar para pedirles amablemente que se fuesen a tomar por el culo y que me dejasen morir en paz cuando un gorgojo salió de mi boca.


Diez minutos después volví a recobrar el conocimiento. Ya no había risas en la habitación, pero habían aparecido dos tipos con bata blanca, uno de ellos intentaba volverme ciego con una linterna y el otro me sujetaba las piernas. Sentí la garganta dolorida, sin duda tras desentubarme.

—¿Qué coño está haciendo con esa mierda? — pregunté amablemente a mi amigo oftalmólogo.

—¿Cómo se llama? - al parecer mi pregunta no era lo suficientemente importante para él, pensé. Luego me di cuenta de que ni siquiera me había entendido, y que mi elocuente pregunta fue poco más que un balbuceo.

—Lo siento, pero no soy homosexual — esta ocurrente respuesta inducida por la morfina me provocó un ataque de risa tal que los médicos fueron tan amables como para atarme el brazo izquierdo (el derecho estaba inmovilizado) y colocarme una máscara de oxígeno en la cara.


Todos se movían rápido en la habitación, y para cuando quise darme cuenta los médicos ya se habían ido, y una enfermera mulata inyectaba algo en mi bolsa de suero. Quise decir algo, pero en lugar de eso mi cuerpo interpretó mi intento de comunicación como un deseo de girar de nuevo la cabeza hacia mi compañero de habitación, de modo que así lo hizo. La cabeza me martilleaba con fuerza.


Desde metro y medio de distancia un muchacho joven me miró y me sonrió, cerró un libro y me habló directamente.


—Hola, tío. Me llamo Clayde Winsdden — cerré los ojos — ¡Oye, oye! ¡Eh, tío! Una cosa...


Con un esfuerzo sobrehumano abrí los ojos e intenté enfocar a mi compañero de celda.


- ...Oye tío, ¿a qué sabe mi pis?





sábado, 25 de enero de 2014

RENUNCIAMOS AL LENGUAJE POR EL ENTENDIMIENTO

El lenguaje se define como un sistema de comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y ciertos principios combinatorios formales. Creo que no hay nadie que dude acerca de los objetivos del lenguaje. A saber: ser capaz de transmitir conceptos e ideas a otras personas. Hablaré a partir de aquí del lenguaje hablado y escrito en un idioma (y no a lenguajes de otro tipo como el gestual). El lenguaje ha evolucionado desde un reducido grupo de sonidos guturales a un sistema complejo profundamente enrevesado con lógica en el que todo lo que se necesita decir o comunicar tiene una serie de valores parametrizados de antemano con los que transmitir ese (y no otro) concepto. Nos ha costado entre un millón y cien mil años (los investigadores no se ponen de acuerdo en una fecha más rigurosa) llegar a este punto de sofisticación. Y apenas diez en mandarlo todo a tomar por el culo.

Esta herramienta, normalizada en nuestro país mediante la RAE en 1713, parece desgastarse con el paso del tiempo. El deterioro no es uno propiamente natural o cronológico. Tampoco de uso. Se trata de una herramienta que se desgasta mediante el uso selectivo de determinados términos (o partes, si seguimos con la metáfora) de modos incorrectos.

Los cimientos arenosos de la normalización

Durante los últimos años llevo siguiendo las modificaciones que la RAE realiza sobre el modo correcto de expresarnos, y estoy cada vez más decepcionado por la línea que va tomando el diccionario (otra herramienta de las pocas que aún respeto). El objetivo de la RAE es, según el estatuto único de su fundación por aquél entonces:

Objetivos de la RAE, 1713 - Fuente: RAE

Y, sin embargo, nos encontramos con que términos como “trigonometría”, un concepto arraigado en la disciplina matemática desde hace más de dos mil años (y de uso vigente en todo sistema educativo), aún no se encuentra registrado. Me pregunto el modo que pensaría Hiparco para cargarse sobre nuestras Letras.

Y, sin embargo, cada reforma trae la polémica arraigada en la imposición de un cambio que la sociedad ve como un atropello en aras de una normalización.

Al ritmo del más tonto

Cuando leo titulares, oigo los telediarios o leo columnas de opinión me llevo metafóricamente las manos a la cabeza (aún no me ha ocurrido nada que haya hecho que esto ocurra de modo literal). No puedo sino pensar que han sido escritos para tontos, y me remontan a mis años de estudios, tanto en el instituto como en la carrera, y sobre el ritmo que se aplicaba a cada materia.

Solo un par de profesores podrían destacarse de este mar de conformismo, desafiando un sistema y mediante el arrastre de más suspensos que aprobados. Para mí, ser un buen profesor no era aprender lo justo para que todos pudiesen llegar, sino forzarte a entender algo que no te entraba en la cabeza una y otra vez, intentando superarte a ti mismo para conseguir algo que antes no tenías.

Y, sin embargo, nos encontramos con tutores, titulares, noticias, foros, etc, en los que el lenguaje, el uso de los signos de puntuación y el modo de expresión es el más tonto posible con el objetivo de llegar a todos. Es decir, avanzar al ritmo del más tonto para que nadie se pierda.

El llevar de la mano más lamentable de la historia, y que nos trae las consecuencias de un mundo en el que la palabra alfeizar no es entendida salvo por unos pocos.

¿Cuántas veces has enviado un email y al obtener respuesta has pensado “o es tonto o no se ha enterado de nada”?

Ocurre a menudo, en todos los ámbitos, que la respuesta a un comunicado por escrito da lugar a un mal entendimiento entre ambas partes. Mi padre tiene una frase para ello: “No me interpretes, escúchame.”. Pero claro, eso requiere que la otra persona sea capaz de entender qué es lo que has dicho en vez de traducir aquello que más se adecúa a lo que desea oír.

Y se entremezclan dos hechos: el que no te pueden entender, y el que quieren leer otra cosa más afín a sus necesidades.


Si, bajo la premisa del entendimiento, reducimos el nivel de nuestro lenguaje, mi más sincera enhorabuena. Los buenos tiempos de los sonidos guturales van a volver.


Y tú, ¿cuidas el lenguaje o escribes para que te lean?





jueves, 23 de enero de 2014

EL AJEDRECISTA QUE USABA PALABRAS EN VEZ DE FICHAS DE AJEDREZ (Parte I)

Banda sonora de la película "La Huella" (Sleuth)

Libros que producen un cosquilleo, películas cuyo final intuimos, fallamos, se tuerce a nuestra lógica y, finalmente, sorprende.

Siempre lo diré: quiero una obra de arte que me engañe, que haga que mi cabeza se equivoque y tenga que reconstruir todas las piezas de nuevo. Ese momento de tener que ordenar una trama.

Existen una clase de obras que, aunque parecen al principio meramente normales, encierran en sí mismas un juego de idas y venidas de palabras, de gestos, de acciones contenidas entre cuatro paredes. ¿Cómo es posible que se cuente tanto en una sala o en una casa?

A lo largo de los días pondré varios ejemplos, con sus correspondientes comienzos (para no hacer spoiler). Me encantaría que me acompañaseis en la lista, porque este tipo de películas de duelos de palabras son las que permiten ver una naturaleza que libros y películas con más escenas.


Un escritor, casado con una mujer, no quiere darle el divorcio. Su nueva pareja, un actor en paro, le hace una visita para persuadirle. Todo un duelo de palabras, con marcador de puntos incluído, que no te dejará indiferente.

Diálogos de estrategia, estocadas lingüísticas, tanteos. Y un final que temerás toda la película.


Una estudiante (Anaximandro) de un sistema político a varios siglos de distancia de nosotros se presenta al examen de ingreso a La Academia, la institución de mayor prestigio de su civilización. Sin salir de la sala se cuentan siglos de historia durante el examen.

Cien páginas de filosofía contada de un modo tan ameno que engancha desde la primera palabra. Y, cuando llegues a la última, querrás volver a empezar. Necesitarás volver a empezar y verlo todo de nuevo.

Un análisis sobre el análisis en tres líneas de tiempo de examen con sorpresas incluidas. ¿Hasta qué punto nos afectan las culturas pasadas? ¿Podemos vivir sin ellas?


¿Conoces alguna más? Poco a poco las iré posteando







TWEET-CUENTOS (IX)









TWEET-CUENTOS INVITADOS





martes, 21 de enero de 2014

CAJAS REGALO, LOS “SERVICIOS” STOCKABLES, EL CONTROL DE LA DEMANDA Y LOS RESCATAREGALOS

Diagrama de los elementos implicados en el estudio - Click para aumentar

Necesidad: tengo que hacer un regalo.

Desde hace unos años, y cada vez con mayor frecuencia, vemos estos paquetes de ocio en cajitas por todos los establecimientos medianamente grandes que ofertan ocio. Estos socorridos regalos pseudo-personalizables han sido muy popularizados aun a pesar de las condiciones de nuestros bolsillos. Las empresas organizadoras de este tipo de eventos y productos han sabido explotar una veta totalmente descubierta del mercado. Este es un regalo tan apropiado para una boda como para una promoción, cumpleaños, regalo sorpresa, aniversario, cesta fin de año y un largo etcétera.

Pero, ¿qué hace tan goloso para el comprador, cliente final, local asociado y empresa gestora este tipo de producto? ¿Por qué es demandado por todos? Es decir, ¿en qué han tenido éxito estas empresas?

Lo analizamos, de elementos en elemento, más adelante:

PARA EL COMPRADOR

TRASLADO DE LA RESPONSABILIDAD AL CLIENTE FINAL

¿Cuántas veces has temido equivocarte al hacer un regalo? “No sé ni lo que regalar.” Es una frase que seguro has oído en boca de la mayoría de tus conocidos mientras buscan desesperados por no quedar mal un regalo en el último minuto.

En muchas ocasiones el hecho de regalar puede ocasionar un nivel de ansiedad importante por lo que la otra persona pueda opinar o lo que se desprenda de tu regalo. Acertar no es facil, y conlleva un nivel de conocimiento sobre la persona que no siempre poseemos aunque forme parte de nuestra vida cotidiana.

Los paquetes de ocio liberan en parte a la persona que regala (comprador) de equivocarse en la elección, ya que estos paquetes cuentan con cientos de opciones para el cliente final, a quien se traslada la responsabilidad de elegir en qué lo usa.

Así, por ejemplo, una cena puede tener cientos de restaurantes posibles en todo el territorio nacional, y un despliegue de todo un año que permite al cliente final un abanico de posibilidades de cuya equivocación es responsable el que elige el lugar de canjeo.

PARA EL CLIENTE FINAL DEL PRODUCTO

EL EQUIVALENTE MEJORADO DEL CHEQUE REGALO

Ya desde hace mucho tiempo se ha implantado, sobretodo en grandes superficies, el cheque o tarjeta regalo: un vale por un importe definido a gastar en un establecimiento o una serie de establecimientos de la misma marca o que compartan una determinada promoción.

El problema surgido del cheque regalo es que carece de personalización y emoción, y se parece demasiado al dinero en mano. Con la salvedad (inconveniente) de que no tienes la libertad de hacer con él lo que quieras, sino que te obliga a gastarlo en un determinado lugar y en un plazo normalmente corto.

El paquete de ocio ha sabido establecer una avanzada más sólida que el cheque regalo. Aunque el paquete comprado puede desenvolverse de cientos de maneras distintas es lo suficiente personalizado como para que ni el cliente final se sienta forzado al recibirlo. Presenta las ventajas del cheque con las ventajas de la elección del cliente final, quien tendrá que escoger un pack afín a sus intereses.

SOCIALIZACIÓN

Que la socialización es una tendencia es un hecho. Redes sociales, grupos, chats comunes, blogs, tribus urbanas. La mayoría de los productos nuevos o renovados de los últimos años tienen al menos uno de sus focos en la creación de lazos entre sus usuarios: los juegos tienen puntajes públicos o equipos en red, las marcas de teléfonos crean tribus urbanas, las redes sociales se nutren del intercambio parasitario entre usuarios.

Cuando se regala uno de estos paquetes de ocio (salvo alguna rara excepción) se regala, a su vez, la oportunidad al cliente final de gastar ese regalo con otra persona. Se le está dando la oportunidad, incluso la insistencia, de relacionarse con amigos y conocidos para disfrutar de la experiencia.

Por lo tanto al usar un paquete de ocio la percepción por parte del usuario final es la de estar obteniendo un encuentro social en el que invita y que no le ha supuesto desembolso alguno. Se da la oportunidad de invitar a otra persona.

PARA LA COMPAÑÍA GESTORA

BAJOS COSTES FIJOS, VARIABLE EN FUNCIÓN DE VENTAS

Aunque cada vez más ajustados debido al crecimiento de estas empresas (ver tabla más abajo) los precios de estos productos son bastante suculentos para la empresa que gestiona este tipo de productos-servicio. El desembolso inicial pasa por la creación de una base de datos de locales adheridos y una negociación de precios. Pasado un punto, el gasto es mínimo, y la gestión puede hacerse desde una oficina sin costes de desplazamiento.

Las empresas gestoras venden un producto embalable (una caja) que puede ser “relleno” tantas veces como se desee. En estas cajas suele venir:

-          Un librito genérico de locales adheridos (aunque te redirigen a la web para más información);
-          Un papel con un código.

El código es lo que realmente vale el dinero, y dado que no está sujeto a nada, el mismo código puede servir durante años. Por lo tanto no hay necesidad de retirada del producto, reembasado clásico con otro pack o de moverlo de donde esté durante, virtualmente, años.

EMPRESA 
GESTORA
Spa & Masajes para dos Cena Noche+Cena Dos noches
Wonderbox 49,90 49,90 79,90 119,00
SmartBox 49,90 59,90 99,90 250,00
la vida es bella 49,90 44,90 74,90 149,90
Plan B 49,90 49,90 99,90 139,90
dakota box 39,90 59,90 79,90 119,90
Cofre VIP 39,90 49,90 99,90 134,90
Tabla con precios en función del pack - Fuente: Webs Empresas Gestoras

LIQUIDEZ

Las empresas gestoras, al vender a la gran superficie sus packs, reciben el pago (con el desfase establecido  previamente entre ambos), antes incluso del desembolso con el establecimiento asociado. Por lo tanto son empresas que poseen una liquidez lo suficientemente fuerte para ser estables en el tiempo y poder adaptarse a las contingencias futuras. ¿El mayor gasto? El marketing.

PARA EL ESTABLECIMIENTO ASOCIADO
CONTROL SOBRE LA DEMANDA

“Crisis, y tengo que seguir pagando mi local, a los proveedores, empleados,…”

Cuando se tiene un restaurante, un spa, un hotel o similar en estos tiempos (y generalmente tras una inversión considerable) lo que urge es sacarle rendimiento antes de tener que cerrar y perder dinero. El flujo de clientes puede ser predictivo por temporadas, y groso modo, pero sin demasiada fiabilidad.

“Llevo dos semanas sin que me pidan un viaje en piragua, pero, ¿y si viene un pico? ¿Meto a otro empleado?”

Es una pregunta que cualquier empresa de servicios se hace. ¿De qué manera se puede garantizar un mínimo de clientes aunque sea a un precio inferior, asentando la demanda? Mediante estos paquetes regalo.

Para una empresa Pyme este tipo de negocio constituye una vía de escape a la falta de una demanda fluida. Es más, dado que los servicios no pueden almacenarse, por lo general un peluquero, un camarero, un profesor de remo, etc, tendrán horas libres que no estaremos recuperando como empresarios, y que nos obligarán a la larga a disminuir el personal, a no poder hacer frente a picos de trabajo y, en definitiva, a no poder aprovechar las fluctuaciones de mercado.

No obstante estos paquetes de servicios exigen algo del usuario final: que llame y confirme la reserva. ¿De qué sirve esto para el establecimiento?

Pues de entrada es capaz de tener una previsión, de poder hacer acopio de material y personal para amortiguar posibles picos (ya controlados) y de stockar los servicios de algún modo. Es decir, tener todo preparado para la llegada del cliente en el momento en que el cliente aparece por la puerta.





¿No sabes qué regalar? Está claro, un paquete de ocio.


IMPORTANTE: Estos análisis se han realizado sin más datos que la observación desde fuera de un tejido empresarial nada simplificable, y las opiniones, impresiones y valoraciones sin fuente han salido directamente de razonamientos personales. Espero no haber ofendido a ningún lector con estos comentarios. De ser el caso, se trata de un debate abierto.

domingo, 19 de enero de 2014

TÚ ELIGE UN PARTIDO, QUE LOS POLÍTICOS YA HARÁN LO QUE LES VENGA EN GANA

"Urna hambrienta" - Fuente: Forges

Creo que cada vez más la sociedad se ve defraudada con la política y la gestión de un país del que escapa el dinero de un modo tan desorbitado. El problema político ya lo teníamos antes, pero nos iba bien. Porque había dinero, y el dinero mola. Cuando hay dinero no se ven las otras crisis.

Y en España tenemos una crisis enorme. La económica sí, también, por supuesto. Es algo que ni podemos ni debemos dejar a un lado. Pero es que estamos intentando tapar agujeros cuando lo que hay que hacer es cambiar de barco.

Cuando votas a un partido y la cagan de un modo estrepitoso piensas: "Vale, me he equivocado. Para la próxima vez me lo pienso mejor.".

Mi problema con la política no es pensar "Joder, no he acertado votando al Partido A.". Mi mayor temor es no tener la posibilidad de acertar. Acojona el vértigo de saber que eliges a un mal porque el otro es aún peor.

Creo sinceramente que con un nivel tecnológico como el que tenemos un cambio en la política es totalmente necesario y viable.

La tecnología se acelera. Los progresos científicos también. Nunca en la historia hemos tenido tantas oportunidades de aprender ni lo hemos tenido tan fácil. El mundo empresarial también aumenta su velocidad. Todos los procesos tienden al dinamismo, a la integración de la tecnología y a diseños orgánicos más cercanos a nosotros y el modo en que nuestro cerebro opera. Los alumnos de párvulo tienen pantallas electrónicas sobre las que poder modelar, mi generación anterior de conformaba con plastilina y papel, pero es que la de mis bisabuelos no tuvieron ni eso.

Todo, o casi todo, ha cambiado. ¿Qué es lo que no ha cambiado? La política. Las listas no son abiertas. No hay más transparencia, ni más derechos o seguridad para el ciudadano. No puedo votar una reforma de ley. En lugar de eso elijo A o A', con leves diferencias no importantes que tomarán la opción de hacer lo que les salga de ahí mismo independientemente de lo que pienso yo en cada momento.

Todos, de manera telemática (me da igual fijo o móvil) estamos localizados 30' cuatro o cinco veces al año. ¿Por qué no se usan estos mecanismos para dirigir la política desde el nivel más bajo? Desde el que vive el día a día más duro y con menos recursos. Es quien más tiene que opinar y, sin embargo, no puede hacerlo salvo una vez cada cuatro años.

La política es un asunto que nos atañe a todos, y sin embargo en pocos años se ha convertido en un objeto de desprecio, desconfianza y celos, en algo que aborrecer porque no sólo no funciona como debe, sino que parece ir en contra de las personas que erigieron a los que toman las decisiones (de manera indirecta, por supuesto).


Los dos partidos grandes que tenemos aquí opinan lo mismo que todos: hay que hacer cambios. El problema es que la ciudadanía exige que parte de esos cambios reorganice el sistema político actual, y eso es algo que nunca se contemplará en las élites. Al fin y al cabo ellos son las élites, ¿no?




La pregunta disparatada - El poder del pensamiento lateral.

¿Crees que cuatro o cinco votos telemáticos del ciudadano directo a las urnas es una buena opción?

viernes, 17 de enero de 2014

AMBIGÜEDAD

Tenía una nariz prominente. De esas narices un tanto apáticas y curvadas hacia abajo. No del todo fea pero definitivamente no agraciada. Por otro lado había sido objeto constante de su obsesión, y desde muy temprana edad había decidido modificarla de algún modo, por supuesto, sin éxito ninguno.

Bajo la nariz tenía la boca, que si bien no se proyectaba hacia afuera como su nariz, tendía a una curvatura del todo excesiva en la comisura izquierda que parecía indicar una burla constante. Quizá por ello las entradas en sociedad se convertían pronto en escándalos de actitudes hacia su persona pasados los prudentes minutos de análisis facial del resto de invitados.

Por suerte contaba con una mitad de la cara buena, podríamos decir. Se trataba de la mitad superior, si contamos ese horrible tabique nasal como punto central de la cara. A ambos ojos de este muro de cartílago, y separándolos sin ninguna gracia, se encontraban los ojos ámbar más cautivadores de cuantos había en el mundo de bien que frecuentaba. La profundidad que despachaban era comparada a menudo con la prominencia de su nariz, llegando incluso a sus oídos el cotilleo que bailaba por los salones acerca de la apuesta. ¿Cuánta distancia hay entre la cumbre de su nariz hasta el punto más profundo del pozo de sus ojos?

Sin duda esto confería un aspecto señorial desdeñado por la envidia ajena, o al menos eso le gustaba creer.

Sobre la mitad buena de su cara, y con bastante abundancia, nacía el cabello fino que descansaba bien sobre una coleta o directamente sobre los hombros. Ora uno y luego el otro, en una vorágine de cambios que escandalizaban a todos con quien se encontraba.

Pero la mayor confusión y alboroto lo causaba el desconcierto de su sexo, ya que nunca le fue revelado a nadie, y sus padres, en el voto de silencio solicitado por su descendiente, conservaron su mutismo.


jueves, 16 de enero de 2014

TWEET-CUENTOS (VIII)





EL TWEET-CUENTOS INVITADOS




¡Gracias @MariaChPerez , @Sgavk , @ODCerezo y @becalla91 por participar!

miércoles, 15 de enero de 2014

LAS MIRADAS DE DISCRIMINACIÓN

Obsessive Compulsive Disorden - Fuente: Rincón de la Psicología

Veinte inhalaciones profundas más para una completa relajación. O al menos así debería de haber sido. Pero su tercer psicólogo se equivocó, justo como los otros dos.

Abrió los ojos, pero el derecho realizó un cuádruple parpadeo antes de permanecer abierto durante catorce segundos. Observó a las quince personas del vagón que ocupaba, el número tres desde la cabina. Y él se hallaba sentado en el quinto asiento desde las dobles puertas centrales, tal y como debía ser. Justo su sitio. Su tercer psicólogo se había equivocado por cuarta vez. Notó un nudo en su único estómago. Carraspeó una vez, y ya habían pasado esos catorce segundos. Su ojo derecho parpadeó cuatro veces antes del final del quinto carraspeo.

Cuando eres un obseso compulsivo tanto dan veinte que diecinueve o veintiuna respiraciones hondas si hay quince personas en el mismo vagón que tú. O catorce o dieciséis, tanto daba. ¿Cuántas veces tenía que repetírselo  a los médicos? Estaba atrapado. Quince personas inhalando y exhalando un número indescifrable de veces todos y cada uno de los litros de aire del tercer vagón desde la cabina. Catorce segundos, tres parpadeos.

Miró a las tres chicas de su derecha con sus cinco carraspeos. Siete ojos lo observaban ya, y sólo llevaba tres paradas. Sintió la opresión del octavo ojo (cubierto por un parche de veintisiete centímetros de cinta. ¿O son treinta? Sintió nauseas. No pudo reprimir a su ojo derecho cuatro parpadeos.

Enlazó dos veces las manos, alternando un dedo de cada una de las manos. Luego dos de cada mano, dejando los dos pulgares en pareja. Antes de enlazarlos de tres en tres, carraspeó. Doce ojos sobre él. El muchacho del parche de veintisiete centímetros de cinta había perdido el interés.

Se anunció la siguiente parada por los tres altavoces distribuidos de manera equitativa a lo largo del tercer vagón, lo que hizo que girase la cabeza unos treinta grados hacia la izquierda, dejando la mirada en perpendicular al andén de ciento dos metros de largo.

Pasó el primer letrero, carraspeó. Pasó el segundo letrero, carraspeó. Cada vez que lo hacía notaba cómo un gemido de tres decibelios más alto de lo que debía se escapaba por su garganta de doce centímetros de longitud, escapando a hurtadillas entre sus treinta y dos dientes.

El tercer vagón, junto con el primero, segundo y cuarto, se detuvieron. Un pitido. Seis puertas automáticas se abrieron ante la insistencia de siete personas. Dos dentro y cinco fuera. El ojo derecho parpadeó cuatro veces tras los catorce segundos desde la última vez que parpadeó dos veces. Dos fuera y tres dentro. Carraspeó mientras se cerraban tres pares de puertas automáticas. Ahora había dieciocho pares de ojos, cinco nuevos, trece conocidos. El chico del parche de veintisiete centímetros de cinta se había ido con su único ojo.

-          “Gracias a dios” – suspiró aliviado, dejando escapar un carraspeo cuádruple.

¿Qué es lo que le había dicho su tercer psicólogo? Que se relajase de una vez. ¿Cómo se iba a relajar si todo el mundo le miraba? Echó la vista al suelo mientras el tercer vagón, llevándose al primero, segundo y cuartos, salía de la estación de ciento dos metros de largo. ¿Por qué no podían meterse en sus asuntos, fuesen cuales fuesen? Catorce segundos, su ojo derecho parpadeó.

Ocho mujeres, diez hombres, y un obseso compulsivo. Se rio carraspeando casi diez veces y treinta y dos ojos lo observaron.

Se le oprimía el pecho cuando eso ocurría casi cincuenta veces al día. Quedaban dos estaciones. Le tembló el ojo derecho dos veces. Dos estaciones…tres minutos. Doce minutos hasta casa, y dos giros de llave después estaría en el portal. Dejó de reprimir el tick del ojo mientras se le escapaba un carraspeo.

-          “Por dios, que sean doce exactos.”

Miró el reloj. Y diez y tres segundos, y cuatro segundos, y cinco segundos. Carraspeó. El segundero corría los trescientos sesenta grados o sesenta segundos a sesenta veces más rápido que el minutero, y a setecientas veinte veces más rápido que la manilla de las horas.

El tercer vagón frenaba, él levantó la mirada, perpendicular al andén de ciento dos metros de largo, con cinco parpadeos de su ojo derecho. Un cartel, carraspeó. Pasó el segundo cartel, carraspeó. El tren se detuvo. ¿Por qué todo el mundo le miraba?

-          “Se bajan doce, suben dos. Mejor.” – Parpadeó.

Tres mujeres, cinco hombres. Minuto cuarenta y siete segundos para su parada. No iba a llegar a tiempo.

-          “Vamooooos” – tres pares de puertas se cerraron, lo miraron ocho pares de ojos. Agachó la cabeza, mirando al suelo.

Su tercer psicólogo insistía en que él debía desplazarse siete paradas, o veintitrés minutos. ¡Veintitrés minutos! Rodeado de gente. Carraspeó. Rodeado de pares de ojos, y de terceros vagones con aire finito. Y el doble de tiempo para regresar a casa. Por dios, quería cerrar su puerta de tres cerraduras nueve veces, y quería hacerlo de inmediato.

Cerró los dos ojos, pero el ojo derecho se movió ligeramente cuatro veces. Se anunció la parada por los tres altavoces. Carraspeó mientras se levantaba. Ocho pares de ojos. Joder. Cada vez eran más. ¿Es que no tenían otra cosa que hacer?

Subió y bajó cinco veces el pestillo de la segunda puerta del grupo de puertas del centro del vagón, junto a un parpadeo de su ojo derecho cada vez que lo hacía, hasta que las seis puertas se abrieron al andén.

-          “Derecho, el pie derecho va primero.”

Uno, dos, tres, cuatro. Derecho, izquierdo, derecho,…cuarenta y dos pasos hasta los veintisiete escalones. Carraspeó. Un joven tuvo que esquivarlo a toda velocidad, pero él no iba a mirar a ver si se metía o no en el vagón. Escaleras delante, el pie derecho va primero. Un escalón, dos escalones. Su cabeza giró noventa grados en contra de su voluntad en dirección al vagón. El joven se había metido en el tercer vagón por la segunda puerta del grupo central.

“Bien” – pensó, girando la cabeza hacia delante, pisando con el pie derecho, pestañeando siete veces hasta que se dio cuenta de que no había podido evitarlo. – “Joder.”

Diez pasos desde las escaleras. El pie derecho primero. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nuevUna señora quiso pasar a través de él. Carraspeó y guiñó el ojo a la vez.

-          ¿No ve que está en medio? – volvió a pestañear. ¿Por qué coño no le entendían? Tenía que ir por aquí, ¡sólo quedaba el diez!

La señora lo esquivó, contorsionándose para poder pasar. Diez, y otros noventa grados a la derecha y caminar catorce pasos largos al tercer torno por la derecha. El pie derecho va primero.

Giró el torno carraspeando, y dando con la mano derecha tres golpecitos a la superficie metálica. Notó los dos ojos del vigilante y le devolvió un parpadeo con su ojo derecho.

Veinte pasos a la salida. El pie derecho va primero. Ocho minutos. Frenó en seco, el segundero volvió a pasar por el cenit del reloj. Volvió a andar con un carraspeo y un tick en el ojo y salió a la calle.

Paseó tranquilamente hasta su casa, saludando a un par de vecinos que encontró por el camino. Se detuvo a comprar un boleto de lotería en la casa de apuestas de debajo de su casa. Esperó un poco a ser atendido. Antes de subir a casa pasó a comprar el pan, totalmente convencido de que su mujer no habría salido a la calle.

Subió las escaleras como siempre lo había hecho desde que tenía uso de razón: corriendo y con una sonrisa en la cara. Usaba la barra de pan para balancear los brazos. Le encantaba trotar hacia arriba.

Abrió la puerta de su casa y notó cómo aún no se había ventilado. En la cocina su mujer señalaba el libro que su hijo mayor intentaba leer con muchas dificultades.

-          ¡Hola, papá!
-          ¡Hola, hijo! – chocó la mano con su hijo y besó a su mujer. – Hola, cariño.

Dejó unos segundos la mano levantada.

-          ¡Hola, papá! – su hijo volvió a chocar una segunda vez la mano de su padre, y una tercera – ¡Hola, papá!
-          Hola, campeón – miró a su mujer – Quiero apuntar un par de cosas en las que he pensado, ¿te importa abrir la casa media hora y me pongo a hacer la comida? – besó a su mujer y salió hacia el salón.

Se sentó en el ordenador, que había dejado encendido unas horas antes, y tecleó sobre el documento abierto:

“Día 83. El psicólogo no ha sospechado nada y piensa que soy obseso-compulsivo. No he tenido ningún problema.

Hablar de los ejercicios que me ha recomendado.

Que no se me olvide transmitir la sensación que tengo cada vez que me monto en el metro al ser observado. Necesito poder explicarle a él que es normal”

-          ¡Papá! ¡Un coche! – su hijo había salido corriendo de la cocina con un pequeño coche de juguete – ¡Un coche!  - pestañeó tres veces con su ojito derecho - ¡Papá, un coche!




Todos tenemos un poco de esta enfermedad con nosotros. Aislar a estas personas es negar un poquito de nosotros mismos.


Conversación verídica sobre el T.O.C.