Hipótesis sugerida por @Canodrama y de la mano de @OhMyLoving ha llegado esta hipótesis disparatada:
Hipótesis: En una
pequeña comunidad un asesino en serie mata solo personas comúnmente denominadas
feas. Lo ha hecho una vez por noche desde hace casi un año.
“Supongo que tendremos que usar mucho más de lo corriente ahora.”
Elga se miró al espejo, sin soltar el pequeño
bote de crema correctora de arrugas de su mano izquierda mientras con la
derecha se perfilaba con gastados ojos y sus bolsas azuladas. Se estiró la piel
en el proceso, haciendo que las marcas de la felicidad pasada se borrasen unos
segundos antes de que la piel, elástica, volviese al punto de partida.
Se secó una lágrima antes de que esta
terminase de brotar con un pedazo de papel para que no cayese por su mejilla
mientras intentaba contener el llanto. No quería salir esa noche. Pero no
deseaba quedarse sola en casa, y su compañero de piso no volvería hasta dentro
de una semana. Eso significaba que, o bien traía a alguien a casa, o dormiría
con Anna durante días. Dormir sin compañía no era una buena idea. No lo había
sido durante un año, pero la semana pasada, y tras trescientas sesenta y cinco
víctimas (una al día) la policía había difundido el patrón del asesino.
“Desde luego costaba creerlo.”
Terminó de pintarse los labios y los contrajo
varias veces frente a su reflejo. Guardó los neceseres y los cosméticos en el
armario de la derecha y salió del baño en dirección al pasillo. En dirección al
otro espejo. Quería verse entera, y era el único espejo de cuerpo entero que había
en la casa después de que Hustler rompiese el del dormitorio.
Hustler era su pastor alemán y apenas tenía
un año. En menos de dos meses desde que lo sacó de la perrera se había comido
el bajo de los muebles, las cortinas, cualquier alfombra o zapato que hubiese
en el suelo, así como roto un cajón, el espejo mencionado y una silla.
Ahora la miraba desde el suelo, completamente
tumbado sobre él pero con los ojos levantados en busca de algo de atención. A Elga
le daba pena cuando hacía eso. Sin duda era lo que Hustler buscaba provocar.
- ¡Vamos, que esta noche salimos antes! – antes de que pudiese terminar
la primera palabra Hustler ya se había lanzado como un proyectil contra sus
piernas, golpeándola con la cabeza en los tobillos y haciendo que se
desestabilizase - ¡Joder, Hustler! Estate quieto. Ven. ¡Ven!
Le puso el collar alrededor del cuello y ató
la correa al collar, que puso en la boca de Hustler. Le gustaba pasearse a sí
mismo, y era el único modo de que no la arrastrase por el suelo corriendo. Se miró
por última vez en el espejo antes de ponerse el abrigo y se fijó en la abultada
nariz, haciendo una mueca.
Ambos salieron a la calle minutos después, él
ligeramente adelantado mientras ella cerraba la puerta, y luego ambos a su
paso. La verdad es que salvo los espasmos
de humor, como lo había llamado su compañero de piso, Hustler era un perro
muy educado. Se preguntó su habría medicación para ello mientras observaba la
calle.
Un par de personas que se cruzaron con ella
la saludaron, y ella devolvió el saludo. En realidad Trent era una ciudad
bastante pequeña, que no alcanzaba los quince mil habitantes, y todos se
acababan conociendo entre sí. Desde luego había pocas caras nuevas a diario.
Y sin embargo durante la última semana había
habido un efecto llamada la comunidad al darse a conocer en los informativos
como “la ciudad del asesino de feos”. Desde luego era un nombre increíblemente
tonto, pero lo absurdo de la noticia no solo había movilizado a la prensa, sino
a miles de curiosos que se habían desplazado al pueblo. En menos de una semana
miles de fotografías de asesinados durante el último año circularon por toda la
ciudad en manos de turistas que iban a la caza de feos para fotografiarlos.
La policía se había triplicado en esos siete
días, y haría falta mucha más. Por todas partes personas con sus móviles
fotografiaban transeúntes y luego los colgaban en Internet. Un sistema ilegal
de apuestas se había puesto en marcha en los últimos dos días, y había tenido
casi cien mil registros solo ayer.
“La gente es que es gilipollas.”
El ganador de la apuesta de ayer fue detenido
y su detención fue filmada, y sin embargo eso no había frenado a esas cien mil
personas a registrarse y apostar. La policía retiraba de inmediato los
teléfonos móviles o cámaras, multaba por acoso a los cazadores de feos y los “deportaba”
a su domicilio, donde se les imponía un arresto domiciliar.
Volvieron a casa y Elga dejó a Hustler allí,
mirando a la puerta mientras se cerraba. Siempre le dejaba un par de luces encendidas
para que pudiese ver mientras rompía los muebles.
Tardó media hora al restaurante caminando
bajo la escasa nevada. El abrigo se le había mojado un poco, pero el interior
seguía seco, algo que agradeció enormemente cuando lo dejó en el ropero.
Charlie estaba junto a la barra con sus dos
amigos. Los tres eran más jóvenes que ella, aunque nunca se había sentido
desplazada por ello. Con Charlie siempre había habido algo. Lo suficiente como
para que se notase pero sin que nunca llegase a nada. Patricia y Poll, sin
embargo, llevaban juntos casi diez años.
“Tengo que dejar de salir con estos dos, ella
es demasiado joven. Joder, no quiero encabezar la lista esta noche.”
Alguien con un mando a distancia tras la
barra subió la televisión y las conversaciones pararon. El mundo se había
vuelto loco. El alcalde aparecía en la televisión, en un programa de
entrevistas conocido. Comentaba cómo esa misma mañana una empresa de realitys
china le había hecho una oferta por una
lista de nombres de todos los censados, y de cómo él había renunciado a la
generosa oferta.
- Les comentaba – Charlie hizo una ademán con la cabeza a la pareja –
que me han hecho una foto mientras venía. Sin duda ahora estoy en el sistema de
apuestas ese. Dime, ¿votarías por mí?
Desde luego era encantador. Siempre lo había
sido. Aunque desde luego se merecía encabezar la lista de esta noche debido a
su poca agraciada apariencia.
- ¿Yo a ti? ¿Para que te maten? Me lo pienso y te lo digo después de la
cena.
La televisión lo había conseguido. Había conseguido
que los asesinatos se convirtiesen en un chiste, en un juego. Había logrado que
no se le diese ninguna importancia. Al fin y al cabo eso les pasaba a otros,
nunca a uno mismo.
Entretanto un joven vigilaba al cuarteto
desde el otro lado del restaurante, mientras decidía a cuál de los cuatro le
consideraba más feo.
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