Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

lunes, 4 de noviembre de 2013

EL NO FLUIR DEL TIEMPO





Retiró el puñal de la oquedad en la que anteriormente había guardado con cuidado sus sentimientos e inhaló aire lentamente. La estación dejó de existir. La extirpación del metal se tragó la luz de las altas claraboyas, engulló el pisoteo y chirrido de los carritos que la gente que desaparecía dejaba de empujar. Por todos los rincones el tiempo dejaba de avanzar, mientras se extendía el silencio en los labios de los pasajeros errantes, y los sonidos huecos sonaban sordos en oídos que se cerraban a cada latido. Latidos cada vez más lentos. Latidos surgidos de un órgano capaz de hacer mucho más que bombear el líquido a todo el cuerpo, e incapaz de hacerlo.

Ya no.

Exhaló, y el mundo volvió a latir, sin latir del todo. Un latir sin sentido y sentimiento. El tiempo avanzó con la quietud del sol, y las personas caminaron estáticas. Los ruidos sonaron ahogados por toda la estación, que se resquebrajaba a cada latido sin llegar a romperse del todo, aguantando quedamente por los contrafuertes de la estación, que cedían poco a poco, sin moverse.

Eones de soledad a cada latido, latidos sincronizados con sus pasos, que se alejaban. Y a cada paso las plantas próximas crecían muertas, y el tiempo y los latidos se consumían mutuamente hasta detenerse del todo el uno al otro. Y ya no importaba o no exhalar e inhalar: ella se había alejado lo suficiente como para que no hubiese aire que respirar. Nada se metaboliza, ya no hay oxígeno, y los niños que lo circundan no crecerán nunca. Nada cambia. Pero el tiempo sigue avanzando para los que se desplazan ajenos al inmaterial puñal que no existe, ajenos a la persona que se yergue encorvada en la soledad del gentío, que lo ignora.

Y ni la muerte se acerca siquiera, porque nunca le ha dejado.

Notas de acero ronco y sin fuerza se ahogan en su garganta, y a cada intento de hablar el espino metálico hinca sus aguijones en su cuello, asfixiándole. Y sólo grita silencio mientras parece alejarse en la oscuridad hasta convertirse en un punto de luz tenue. Pero alarga el brazo intentando alcanzarle, y se despierta con sensación de caída, sudando. Sigue en el centro de la oscuridad, pero ahora respira, aunque de modo agitado, respira aun a pesar de que el aire se esté volviendo más y más denso por segundos, haciendo que el pecho se mueva enérgico intentando introducir aire en los pulmones. Tiende el brazo en dirección al interruptor y lo golpea con fuerza.

La luz lo ciega durante unos segundos, y cierra los ojos, cubriéndoselos con el brazo. Pero el brazo se desplaza lento, y ahora que hay más luz falta el oxígeno que respirar, aumentando el aire de densidad. Abre los ojos y vuelve a ahogarse. El aire ha tornado en agua, y la luz viene del otro lado del cristal. No hay arriba y abajo, no hay nada fuera del radio de luz. Solo cristal y luz a un lado, y agua y oscuridad al otro.

Grita y patalea, pero sólo suelta preciadas esferas de oxígeno y gira sobre sí en el agua. Las burbujas avanzan hacia el cristal, rodando su superficie al chocar contra él. Patalea siguiendo las burbujas hacia la oscuridad del otro lado del radio de luz hasta que las esferas son sólo puntos de luz que reflejan el brillo dejado atrás, hasta que los músculos se resienten y los pulmones abrasan sin aire. Le queman dentro, y está rodeado de agua. Resiste el impulso de respirar y sigue avanzando hasta que las piernas dejan de responder. La cabeza deja de desempeñar sus funciones de un modo lógico, los brazos sólo mueven agua. El diafragma lucha contra la cordura demandando agua. Abre la boca y absorbe el agua, ahogándose mientras ésta entra en sus pulmones. Y queda paralizado delante de ella. 

Tarda unos segundos en comprender lo que acaba de ocurrir, mientras ella sigue alejándose.

Retiró el puñal de la oquedad en la que anteriormente había guardado con cuidado sus sentimientos e inhaló aire lentamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario