Que había dejado de funcionar era algo
bastante conocido por todos. Pese al hecho de que nos quedamos mirando fijamente a la rotura esperando
que alguien hiciese algo con posturas de proactividad que iban desde
simplemente mirar hasta mantener las manos dentro de los bolsillos.
En ocasiones algún grito surgía de la masa,
indicando claramente a voces aquellos que todos los demás ya sabían: que había
dejado de funcionar como debía. Habían pasado meses y ya eran cientos los
curiosos que, con las manos en los bolsillos, observaban la rotura y su avance.
La preocupación era obvia. Todos sabían lo
que ocurría si el malfuncionamiento llegaba a tu casa. Todo aquello que se
perdería de un día para otro porque todos los demás miraban cómo la fractura se
extendía por todo el sistema. Y, sin embargo, sólo parecían intentar repararlo
aquellos que ya se habían visto afectados.
El resto de la población miraba atónito aquél
desastre, sin atreverte tampoco a hacer demasiado. Había desidia de todo tipo. La
más extendida la desidia de la pereza, que postraba a millones a observar por
la televisión el crecimiento de aquella grieta que amenazaba con todo lo que
tanto esfuerzo había costado levantar. En ocasiones alguien cambiaba de canal,
pero los noticieros estaban infestados del alarmismo del malfuncionamiento. Y,
mientras tanto, las familias atemorizadas observaban sin poder moverse.
Pero existía una desidia forzada por parte de
aquellos que daban soluciones para frenar aquella rotura. No estaba bien visto
que la gente ayudase en tales casos. Después de todo era un tema de gran
importancia para todo el mundo, ¡no podía haber interferencias de aquellos que
vivían el malfuncionamiento en primera mano! ¿Qué sabrían
aquellos que veían a diario que había dejado de funcionar?
Por supuesto se tomaron medidas para que la
población no pudiese preocuparse abiertamente, no fuese a cundir el pánico de
la extensión del problema. De modo que aquellos que intentaban aportar
soluciones y coherencia a la rotura, aquellos que más temían al crecimiento de
la grieta, eran rápidamente multados o apartados del resto de la población.
Aquellos que decidían comenzaron a prohibir
la difusión del problema en los medios, y dieron su propia versión, una mucho
más bonita. Todo, por supuesto, para fomentar la no preocupación de la
población. A fin de cuentas se trataba sólo de un pequeño problema menor, nada
de lo que preocuparse, no fuese a cundir un pánico del todo innecesario y
ruidoso.
Apoyando a los pocos que ejercían el poder se
encontraba un pequeño colectivo a los que la grieta les encantaba. Es más, ¡era
cosa suya! Gracias a la grieta todo volvería a como debía ser, a como mandaba
la cordura y la buena educación. A como eran las cosas antes. A pesar de que
eran pocos estaban siendo capaces de acallar a los muchos que gritaban, de modo
que cada vez era mayor el número de personas que, sencillamente, se resignaba a
ver que, simplemente, había dejado de funcionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario